El Argentino que luchó en la Independencia de Argelia
Roberto Muñiz fue un matricero que en 1959, se sumó a la causa de la independencia de Argelia y fabricó armas en una planta clandestina en Marruecos. En octubre del año 1997, el periodista argentino Ricardo López Dusil lo entrevistó en su departamento del centro de Argel, la mítica capital de Argelia, allá en el África del Norte. Fuimos testigos de esos encuentros y también gozamos de la amabilidad de ese argentino, conocido como Mahmoud y por su amplia sonrisa. El día 22 de abril del año 2018, fue agasajado en la Embajada Argentina como el compatriota decano de los argentinos en Argelia. Además de su abnegado trabajo, su obra y trayectoria, es reconocido por su importante contribución al proceso de la Independencia de este país. De ese encuentro, rescatamos esta fotografía en la que se lo observa en el centro.
En el último piso de un edificio de siete plantas (por suerte, con ascensor, maravilloso artefacto no tan común en el inventario arquitectónico de Argel) vive el hombre que escucha tango y folklore, que escribe poesía indistintamente en francés o en español y que de tanto en tanto se permite hacer un asado en esa terraza que domina el paisaje urbano que se derrama en el Mediterráneo. Si no fuera por esas extrañas costumbres musicales y gastronómicas, pocos descubrirían que Mahmoud es argentino.
La historia del metalúrgico Roberto Muñiz (Mahmoud) es singular. Nacido en General Villegas en 1922, vivía en Buenos Aires cuando, en 1954, el Frente de Liberación Nacional de Argelia (FLN) encendió la mecha de la independencia y se rebeló contra la colonización francesa.
Por entonces, el matricero Muñiz era un dirigente sindical peronista en el gremio metalúrgico. Una delegación del FLN en la Argentina comenzó a buscar apoyo en los partidos políticos y los sindicatos. Muñiz, que considera «que los pueblos tienen derecho de vivir de manera independiente», entra en contacto con ellos. Su compromiso es más afectivo que ideológico. Con la proscripción del peronismo y la pérdida de su trabajo en la fábrica Siam, donde era delegado, Muñiz emigra a Córdoba, donde seguirá militando en el gremio, al mismo tiempo que presta colaboración con la causa de la independencia argelina, fundamentalmente en el terreno de la difusión.
En 1959, la guerra en Argelia se sostiene a fuerza del fervoroso espíritu de los argelinos que, con escaso equipamiento bélico, sufren cuantiosas bajas (al final del conflicto dos millones de argelinos y unos 20.000 franceses habían perdido la vida). Alguien le propone a Muñiz un compromiso aún mayor con la causa: los revolucionarios necesitan imperiosamente de técnicos, gente con oficio, para instalar fábricas clandestinas de armamentos. Por entonces sólo habían logrado producir granadas y la provisión de armas largas llegaba espasmódicamente y en cantidades siempre insuficientes.
Muñiz, que ya estaba casado con Alfonsa, una obrera textil que por entonces era delegada en Alpargatas, dejó todo y viajó a París. «Primero estuve un tiempo en Francia, donde aprendí un poco el idioma -dice Mahmoud-. Mientras estaba allí, otros compañeros compraban el material. Era una tarea absolutamente clandestina.»
-¿Dónde instalaron la fábrica?
-En Argelia era absolutamente imposible, por el control francés, de manera que se buscaron alternativas y se encontró una ideal: instalarla en Marruecos. Me da la impresión de que el rey marroquí, que era neutral en el conflicto, hizo la vista gorda. La planta se estableció en la finca, de 128 hectáreas, de una personalidad argelina residente en Marruecos. Las máquinas, compradas en Europa, llegaban a nombre de esa personalidad, gente de mucho dinero.
-¿Estaban bien equipados?
-Sí, las máquinas eran modernas y el instrumental, de precisión.
-Usted, específicamente, ¿qué hacía?
-Matrices, y también enseñaba. La revolución argelina no fabricó armas propias. Lo que hacíamos era desmontar el arma que queríamos fabricar y copiar las piezas. Yo hacía las matrices. Llegamos a fabricar 10.000 ametralladoras provistas, cada una, con 10 cargadores, es decir, hicimos 100.000 cargadores.
-¿Cómo era la vida entonces?
-Ese era un cuartel del ejército de liberación. El régimen de vida era típicamente militar, no en el sentido tradicional, sino con la disciplina del ejército revolucionario.
-¿Usted tenía rango?
-No, no quise tenerlo. Yo he hecho un aporte muy modesto y sin ánimos de figuración. Tampoco quise ocupar puestos importantes. Cuando triunfó la revolución, fui a trabajar a Sonelgas (la empresa nacional de gas), de donde me jubilé tras 20 años de actividades. En lo que sí tuve una actuación reconocida fue en la UGTA, la central obrera argelina.
-¿De dónde viene su seudónimo Mahmoud?
-Del período de Marruecos. El nombre Roberto llamaba mucho la atención, de manera que un compañero me bautizó Mahmoud. Así se llama mi hijo, que nació en Argelia en 1964 y ahora vive en la Argentina.
-¿Cómo fue su entrada en Argel, una vez que triunfó la revolución? ¿Pudo vivir esa etapa de euforia, casi épica, de la toma del poder?
-Después de trabajar tanto, me perdí el postre: las grandes fiestas de julio del ´62. Yo llegué en agosto, porque permanecí con mis compañeros en Marruecos para desmontar la fábrica.
El 15 de noviembre de 1962 llovía a mares. En el puerto de Argel, el empapado galán Mahmoud no esperaba esta vez un cargamento de máquinas, sino a Alfonsa, su esposa, que culminaría un largo viaje en un barco italiano. Roberto se había ido de Buenos Aires, teóricamente, por seis meses. Ya habían pasado tres años. «La ciudad estaba un poco rota -dice Alfonsa, mientras sirve café con masitas caseras-, pero había mucho entusiasmo en la gente. Todos estaban contentos, había un sentimiento generalizado de solidaridad, de confraternidad. Fueron años magníficos».
-Hasta el momento del reencuentro, ¿cómo siguió usted, desde Buenos Aires, las alternativas de la guerra en Argelia?
-Por los diarios y las cartas de mi marido, que llegaban por un complicado mecanismo establecido por el FLN.
-¿Les gustaría volver a la Argentina?
-Algunas veces hemos viajado, pero es difícil, por la situación económica. No sé si vamos a quedarnos para siempre en Argelia. Pasamos la mitad de la vida allá y la otra mitad acá. Claro que extrañamos.
-Mahmoud, ¿está satisfecho con su vida?
-Le voy a contar algo: la otra vez fui al médico, un hombre joven. Cuando llegó el momento de pagar, me dijo: «¿Cómo voy a cobrarle, si por hombres como usted yo he podido ser médico y tener mi consultorio?» ¿Se lo imagina? Soy un hombre feliz, que tiene una inmensa alegría por haber vivido lo que ha vivido. Además, el año que viene cumpliremos 50 años de casados. La vida ha sido muy agradable para nosotros. Somos verdaderos compañeros, y el tiempo se nos pasó sin darnos cuenta».
FUENTE: Nota escrita por el periodista Ricardo López Dusil y publicada en 1997 por el Diario La Nación y Twitter ofcial de la Embajada Argentina en Argelia.