HISTORIAS DE VIDA

La historia del custodio que fue la sombra del ex Presidente Raúl Alfonsín

La historia de los custodios personales es misteriosa y anónima. Reservados, desconfiados y fieles hasta la médula, son profesionales de la seguridad que nunca fueron ni serán noticia. Este es el caso del oficial de la Policía Federal Argentina,  Daniel Tardivo, quien desde el año 1983 cuidó al líder radical y fue un testigo privilegiado de sus días de esplendor y lo lloró como a un padre cuando Raúl Alfonsin falleció.
Esta nota fue publicada por el diario «La nación en el año 2009, rescatada por el gran periodista y escritor Jorge Fernández Diez. A través de él, rendimos homenaje a todas las «sombras» de los funcionarios, que sin parecerse a Kevin Costner, son los guardaespaldas que están dispuestos a dar la vida por sus custodiados.
Nunca tuvo conciencia de que estaba sacando la Browning 9 milímetros. Después se la encontró en la mano. La razón va en cámara lenta, pero el instinto viaja a la velocidad de la luz. Tampoco tuvo conciencia de que había interrumpido el discurso de un ex presidente arrebatándolo de la tribuna, arrastrándolo hasta el piso y protegiéndolo con su propio cuerpo. Todo eso había ocurrido por acto reflejo, en dos o tres segundos, luego de ver por el rabillo del ojo que abajo, hacia la izquierda, un hombre entre la multitud había extraído un revólver calibre 32 con la intención de matar de un tiro a Raúl Alfonsín.
Luego tocaba una cena partidaria en un club y habían recibido amenazas de bomba. Tardivo trató de persuadir a su «protegido» de que fueran directamente al hotel, pero «el padre de la democracia» lo miró con cariño y le dijo: «Mentira, Danielito, nos quieren joder. Vamos a comer igual». Fueron a comer después de que la brigada de explosivos revisó el lugar. Danielito jamás vio un atisbo de miedo en los ojos del abogado de Chascomús.  El agresor de aquella noche fue indagado, procesado y condenado. Lo confinaron a un neuropsiquiátrico y a los dos años se quitó la vida.

Tardivo entró en la policía por influencia de un vecino y revistó tres años en la Comisaría 32, pero no corrió allí muchas aventuras: sólo atendía al público y hacía tareas de oficina. Un superior que le tenía una confianza ciega influyó para que, con sólo 23 años, integrara la flamante División Custodia Presidencial, que se abría para proteger en democracia al presidente electo dentro y fuera de la Casa Rosada y la residencia de Olivos. La unidad se inspiraba en metodologías del FBI y del servicio secreto norteamericano. Casi todos eran policías jóvenes y sin mucha experiencia operativa. Pero fueron entrenados para la discreción total, para identificar a un sospechoso de una ojeada, para subir a un «protegido» en tiempo récord a un auto, para cubrirlo con su cuerpo, para disparar en movimiento, para armar itinerarios de seguridad y para comprobar entradas y salidas. Tardivo tiene 80 por ciento de efectividad en tiro de pistola y aprendió los trucos del escudo humano con rapidez. En 1983 había votado por primera vez en su vida. Y lo había hecho por Raúl Alfonsín. Cuando lo vio en el hotel Panamericano, donde el líder radical preparaba la transición, sintió por dentro la emoción de esa coincidencia, pero se cuidó mucho de hacerla visible. Tardivo es parco como una sombra. Tardivo es una sombra.

Desde ese momento, Tardivo le dedicó a Raúl Alfonsín días, tardes y noches; de lunes a lunes, con feriados o sin ellos. Lo acompañó a todos los viajes y campañas y cenó con Alfonsín casi todas las noches de su vida: el ex presidente tenía comidas con políticos y Danielito iba primero, revisaba el restaurante, colocaba un custodio en la vereda y luego ocupaba una silla, mesa por medio, para mirar todo el tiempo de frente a su «protegido» mientras un compañero vigilaba la puerta de calle.

La relación entre el viejo caudillo y el joven y silencioso guardaespaldas, que también le servía de chofer y de compañero de paddle, se fue haciendo cada vez más estrecha. Todo lo que Tardivo aprendió en la vida se lo enseñó, por lección, acción u omisión, Raúl Alfonsín. Y al cabo de los años ya era parte de la familia. Daniel Tardivo es un profesional frío y eficiente, pero ese magnífico viejo gruñón lo perdía. En el cruel invierno de 1999, por la ruta provincial 6, que une Bariloche con Ingeniero Jacobacci, se pegó el gran susto de toda su carrera. Fue cuando marchaba en un jeep en medio de la nevisca, abriendo paso y mirando para atrás una y otra vez. En un momento dado percibió que la camioneta donde los seguía Alfonsín con otros dirigentes rionegrinos se había perdido de vista. Retomó de inmediato la ruta escarchada y resbalosa y al volver de frente vio, como en una alucinación, que la camioneta había volcado y que en medio de la nieve yacía un bulto negro: el cuerpo de su «protegido».

Tardivo corrió hacia don Raúl, lo dio vuelta y agradeció escucharlo quejarse porque pensaba seriamente que se había mudado al otro barrio. Lo subieron entre varios a su jeep y lo llevaron inconsciente kilómetros y kilómetros en medio de esa maldita tormenta blanca. Alfonsín gemía de dolor, con los ojos cerrados y la cara acerada. Su ángel guardián sentía impotencia. Ni los celulares tenían señal en aquellos páramos. Llegaron a una precaria sala de auxilios y lo subieron luego a una frágil y destartalada ambulancia. Daniel iba a su lado, sin sentir siquiera el frío y con los testículos en la garganta. Al final internaron al ex presidente en General Roca con un diagnóstico aterrador: «Traumatismo de tórax con once fracturas en las costillas, contusión pulmonar, derrame pericárdico e insuficiencia respiratoria».

Estuvieron toda la noche en vela, esperando que los médicos dieran un nuevo parte y recibiendo miles de llamadas de todo el país. Después se decidió su traslado a Buenos Aires y su ingreso en una sala de terapia intensiva del Hospital Italiano. Tardivo montó un cerco de seguridad en el hospital y pasaron allí 40 días angustiantes. Principalmente los primeros: Alfonsín estaba en coma y el médico les recomendaba a los familiares que le hablaran porque eso podía ayudarlo a recuperar el conocimiento. Tardivo entraba a las seis de la tarde en su habitación y lo saludaba, y se quedaba esperando en vano, tímido y respetuoso, que el hombre atado a ese respirador hiciera el mínimo gesto.

Alfonsín fue recuperando paulatinamente la lucidez y la motricidad. Le dieron de alta, pero tardó tres meses en volver a su rutina. Nadie puede proteger al «protegido» de la fatalidad. Se lo puede incluso proteger, y hasta cierto punto, de la muerte inducida. Pero nadie puede proteger a un hombre de su destino.

Apenas dos años más tarde, durante los tristes sucesos de 2001, el guardián sentía la renovada bronca de Alfonsín. «Que se vayan todos, que se vayan todos –repetía entre dientes Raúl cuando escuchaba los cánticos–. ¡No somos todos iguales!» Ya residía en el octavo piso de un edificio de departamentos de la avenida Santa Fe. En el quinto tenía sus oficinas. La Argentina era un polvorín y no había distingos: todos los políticos eran acusados de ineptos y de ladrones.

Alguien avisó por teléfono a Tardivo que había una manifestación frente al domicilio de don Raúl. «Voy a bajar, Danielito», le advirtió. Tardivo manejaba lentamente el coche y trataba de disuadirlo. «No, voy a bajar igual, ¿sabés? –insistía Alfonsín, lleno de ira–. Pará acá. ¡Pará ya mismo!» Cuando Daniel dobló en la esquina, Alfonsín levantó la traba y abrió la puerta. El custodio tuvo que frenar para que el ex presidente no se lastimara. Alfonsín salió con ánimos de plantar cara y, si era necesario, agarrarse a piñas. Tardivo dio aviso por radio y se tiró desesperadamente a tierra para cubrirlo y sacarlo del tumulto. Eran ochenta contra dos. Los exaltados lo insultaban y Alfonsín les devolvía el obsequio con argumentos gritados y también con puteadas largas. Tardivo se había puesto en el medio, pero no podía impedir que le pegaran por detrás: el caudillo recibió patadas en los tobillos y trompadas en los riñones. Su custodio lo arrastró como pudo, y vio que aparecía un patrullero, y en un impulso lo metió en el edificio y cerró la puerta.

En los últimos tiempos Alfonsín no salía mucho de su casa. Daniel Tardivo había ascendido a comisario y le habían otorgado la jefatura de su unidad, que está a cargo ahora mismo de la seguridad de los ex presidentes, los embajadores de Estados Unidos e Israel, varios jueces de la Nación y muchos de los testigos protegidos. Alfonsín siempre le preguntaba por su pequeño hijo Vicente y por su trabajo, y se alegraba sinceramente de sus progresos. Las últimas veces lo encontró en cama: la sombra se sentaba a su lado y hablaban de cosas incidentales y también de Boca e Independiente. «Este año no estoy para el fútbol, Danielito», le dijo en las vísperas con un hilo de voz.

Los días previos a la muerte se notaban el movimiento y la gravedad de la situación en el rostro de sus colaboradores más íntimos. El 31 de marzo, a las seis de la tarde, Tardivo decidió quedarse en el quinto piso a esperar las novedades. Cerca de las ocho y media empezaron a llegarle rumores de que su jefe se había muerto. Cuando los medios empezaron a difundir la noticia no pudo más, se acercó al escritorio de Margarita Ronco, la eterna secretaria del «doctor», y le preguntó si era cierto. Marga se lo confirmó. Medido y elegante, alejado de la imagen tradicional del cana y del lenguaje taquero, ensimismado y racional, el comisario pestañeó un dolor profundo y tragó saliva amarga. Las sombras no ríen ni lloran. Sólo son sombras.

Subió al rato a saludar con abrazos a todos y les pidió permiso a los hijos de Alfonsín para despedirse. Pasó a su cuarto y lo vio dormido, y le agarró la mano y le dio un beso en la frente. No estaba dormido, estaba muerto, y había mucho que hacer. Reunió a su equipo y le dio instrucciones. ¿Cuándo se acaba la responsabilidad de un custodio? Alfonsín ya no corría peligro, la misión había cesado. Pero Tardivo puso a tres hombres suyos en un auto y él mismo subió con el féretro y viajó en el interior del furgón hasta una sala de velatorios de Belgrano. Esperaron en la funeraria que prepararan el cadáver y luego repecharon solos la larga noche en esa sala helada cerrada al público, haciéndole compañía al hombre muerto como si aún estuviera vivo.

A las siete de la mañana siguiente trasladaron el cadáver en su ataúd al Congreso, y Tardivo verificó que todo estuviera en orden dentro el Salón Azul. Muchos le daban el pésame a Daniel: no podían concebir a Raúl Alfonsín separado de su inseparable guardaespaldas. Se mantuvo en guardia setenta horas en ese salón. Sólo se retiró un momento para darse un baño y cambiarse el traje y la camisa, pero regresó de inmediato a su puesto de comando. Finalmente, acompañó a la familia hasta la Recoleta en aquella larga y emocionante caravana. Y como aquella vez en San Nicolás volvió a actuar por instinto. Al bajar el cajón envuelto en la bandera argentina, por acto reflejo se puso detrás. Siempre se ponía en esa posición cuando Raúl Alfonsín entraba en un lugar o subía a un palco para hablarle a una multitud. La razón va en cámara lenta, pero el instinto viaja a la velocidad de la luz. Las fotos lo inmortalizaron en ese trono, con cara seria y compungida, mientras los granaderos cargaban el ataúd hasta la bóveda de los caídos en la Revolución del Parque.

Se quedó con sus hombres hasta que se retiró la última persona y el sol empezó a irse a pique. No atinaba a moverse mientras los empleados del cementerio no terminaran su trabajo en el panteón. Cuando ya no había nada que hacer, uno de sus hombres le dijo: «Comisario, ¿y ahora?». Era completamente extraño entrar con Raúl Alfonsín a un predio y marcharse luego sin él. Ya no podían llevarlo a ninguna parte y estaban más solos que nunca. «Ahora nos vamos», respondió la sombra, dio media vuelta y caminó despacio hacia el olvido.

FUENTE: Diario «La Nación» (https://www.lanacion.com.ar/1117057-el-hombre-que-fue-la-sombra-de-alfonsin)

 

Publicaciones relacionadas

4 comentarios

  1. Si no me equivoco el estuvo en mi casa en marcos paz.hace muchos años.el un amigo tenian un campo al lado del campo de mi papa y asi nos conocimos.un gran saludo.y si es el me gustaría comunicarme de alguna manera.gracias.siempre recuerdo cnd no crei quien era.el me dijo.mira el domingo el acto del presidente Alfonsin.yo voy a estar detras de el.y fue verdad.un orgullo de q estuvo en mi casa

  2. Daniel ,La Sombra del hombre más querido por mi .Tuve la suerte de seguirlo al Dr. por muchos lugares y realmente Daniel no descuidaba un segundo al hombre más representativo honesto y digno de la democracia Argentina .Gracias por cuidar hasta el final .

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Botón volver arriba