La rica historia de Hernán Zin, el corresponsal de guerra argentino que narra el horror de las guerras actuales
La historia de Hernán Zin es asombrosa. Nacido en Buenos Aires y radicado en España, este documentalista y corresponsal de guerrade 47 años ha puesto el cuerpo en los lugares más peligrosos del mundo a lo largo de dos décadas. No fue gratis: ahora sufre las consecuencias de haber vivido esas situaciones de alto estrés en conflictos armados en Somalia, Tanzania, Ruanda, Gaza o Siria y, aunque sigue trabajando, prefiere hacerlo en zonas menos riesgosas. «Me quedaron secuelas importantes -explica-. Si me toca una habitación en el piso 20 de un hotel, subo por la escalera, por ejemplo. No tolero viajes largos en avión ni quedarme en lugares pequeños. Estoy tratando de convivir con esa discapacidad».
Para tener una pista de los riesgos que ha corrido Zin es preciso ver Morir para contar, un documental premiado en el Festival de Montreal que se puede descubrir en Netflix, igual que otras películas del mismo director que también están cargadas de historias de angustia y violencia: Nacido en Siria, Nacido en Gaza y La guerra contra las mujeres.
En Morir para contar, varios corresponsales de guerra españoles cuentan en primera persona sus traumas, sus miedos y sus pérdidas, situaciones que Zin conoce bien por experiencia propia, después de veinte años de trabajo y un retiro obligado, luego de un ciclo de depresiones y conductas autodestructivas que lo pusieron en alerta.
«Siempre fui un buscavidas -señala Zin-. Y estuve en unos cuantos lugares que te hacen cuestionar quién sos, para qué estás en este mundo. Yo he tenido mucha suerte en la vida: una buena familia, posibilidades de formarme, recursos para viajar… Entonces siento que tengo que devolver algo. La manera que encontré es contar historias».
Zin estudió Ciencias Políticas y Relaciones Internacionales. Fue colaborador de LA NACION, donde publicó una serie de artículos sobre la Madre Teresa de Calcuta, también a fines de los 90. «Siempre me interesaron los temas sociales -subraya-. En la Argentina trabajé en villas y barrios populares. Me gusta darle voz a la gente que nadie escucha, tratar de equilibrar un poco la balanza».
Después estuvo poniendo el cuerpo en lugares complicados como Somalia, Afganistán, Siria e Irak. Hasta que decidió radicarse en Madrid, donde vive actualmente. «Estoy enamorado de esta ciudad, es maravillosa. Se vive muy bien, hay buena comida, buena gente, una tasa de homicidios que es de las más bajas del mundo, una seguridad pública de primer nivel, buenas carreteras… El de España es un buen modelo para seguir. Ahí la gente sabe disfrutar. Digo esto porque no todos los que pueden gozar del bienestar saben aprovecharlo. Los nórdicos, por caso, tienen muchos más rollos. La de los españoles es, definitivamente, una cultura del disfrute».
Por ahora, Zin no piensa en un retorno a la Argentina. «Aun habiendo vivido en lugares difíciles como Nairobi, El Cairo o Gaza, donde pasé algunas temporadas cubriendo el conflicto entre palestinos e israelíes, la idea de volver no me cierra. La Argentina me duele porque es un país que lo tiene todo, pero siempre la gente que vive ahí la pasa mal. No entiendo bien qué es lo que falla. Yo me fui con el menemismo, cuando se veía venir algo muy duro».
De todos los lugares en los que estuvo con su cámara a cuestas, Zin revela que Somalia, en el este de África, es uno de los que más huellas le dejó: «Es como el Far West -define-. Un país con muchos recursos minerales y pesqueros que, debido a una tremenda guerra civil, se ha convertido en un infierno. Ahí vi cosas espeluznantes, niveles de barbarie insólitos: lapidaciones, torturas, persecución a las mujeres. Un verdadero infierno».
Tabúes
Avalado por un currículum envidiable que incluye trabajos para medios como TVE, Canal Plus, Rolling Stone, El País, El Mundo, ABC y Cadena Ser, prepara ahora una nueva serie para Netflix de la que no puede dar muchos detalles por pedido de la compañía que lo contrató (apenas informa que se va a rodar en los Estados Unidos) y un documental sobre el genocidio de los rohingyas en Birmania y Bangladesh.
Zin cuenta que recibe a diario una buena cantidad de mensajes de todo el mundo: lo felicitan por su trabajo, lo alientan a seguir o le hacen alguna consulta específica. «La mayoría son de la Argentina y otros países de América Latina -detalla-. Lo de la Argentina me pone especialmente orgulloso porque no hice muchas cosas ahí. Tengo un mal recuerdo de un documental sobre las barras bravas para Canal Plus en el que hice cámara y fui agredido por una patota liderada por Bebote Álvarez en la cancha de Independiente».
En la misma época de esos violentos incidentes que vivió en el ambiente del fútbol, Zin viajó a Afganistán para hacer un reportaje sobre la primera mujer desactivadora de minas del Ejército de Estados Unidos. Y un día, de repente, se quebró. Viajaba en el interior de un tanque del Ejército norteamericano y empezó a sentir dificultades para respirar. Se quitó el chaleco antibalas y se largó a caminar por el desierto, aun sabiendo el peligro que entrañaba esa decisión.
«Después les pregunté a otros compañeros que hacían el mismo trabajo que yo y comprobé que ese tipo de reacciones es muy común. Lo que pasa es que casi nadie lo cuenta, es un tema tabú -dice-. La imagen del reportero de guerra muy macho y que disfruta de la adrenalina es una tontería. La razón por la cual uno trabaja en una guerra no es esa: arriesgamos la vida por la pasión de contar buenas historias, punto. Morir para contar visibiliza eso, nos humaniza y reivindica una profesión que hoy está muy golpeada por las fake news que se volvieron moneda corriente con la popularización de internet».
En España, Zin vivió una historia de amor con la famosa cantante valenciana Bebe, tuvo el orgullo de ser nominado para un Premio Goya por su documental sobre Siria y hoy intenta llevar una vida más tranquila y organizada: «Soy bastante disfuncional en ambientes civilizados -argumenta-. Veinte años viviendo en las partes más salvajes del mundo deja marcas. Trato de exigirme menos y le doy mucho espacio al deporte. Practicar deportes me ha salvado. Ahí canalizo todo. Es un entorno sano y tengo grandes amigos. Me ayuda a desconectarme al menos por un rato».